Cecilia Hecht
TIEMPOS FRONTERIZOS
“Estoy cansado de palabras.
No más lápiz: andamios, teodolitos,
La desnudez solar del sentimiento
Tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta (…)
Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte;
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca”
Eugenio Montejo
En una vieja exposición individual de sus obras, Cecilia Hecht tuvo la siniestra idea de convertir imaginariamente las salas de la galería en los fatídicos vagones de Noche y Niebla, Nacht und Nebel, como llamaban a aquellos infernalmente inolvidables trenes de la muerte. El efecto fue pavoroso. No podía ser más dramático para una galería de arte ubicada en San Bernardino, que fue una especie de Tel Aviv del futuro en Caracas.
Creo que la galería se llamaba - o ha debido llamarse- Fénix, nombre premonitorio para la artista: el del ave fabulosa que tenía el poder de renacer de sus cenizas.
Después Cecilia Hecht persistió, no en su pesadilla, en la pesadilla del mundo que nunca más quisiéramos que volviera a abatirse sobre la humanidad. Pero entre los escombros del desastre aparecieron los puentes. Vistos desde abajo, desde las sombras. Todavía aparecen algunos, un poco distintos.
El puente es, sobre todo, la vía que nos puede comunicar con el mundo. Es lo que nos permite salvar los obstáculos, los abismos que nos cierran el paso hacia adelante, hacia afuera, para salir de las sombras.
El arte mismo es un puente entre uno y el Otro, entre una interioridad perdida y un mundo ignoto.
Al salir de sus tinieblas, Cecilia y su pintura comienzan a vislumbrar la claridad. Ya no es el pálpito de la alborada, como lo sentía Reverón al cabo de sus noches tormentosas. Es la luz que se asoma al otro lado, en la soledad del horizonte, de la que hablara Montejo.
Esta ha sido y seguirá siendo una travesía sin fin: la de Cecilia y sus paisajes interiores, entre el espesor de las oscuridades del devenir y del pasado que regresa. Es un interminable debatirse con sus desolvidos. Un viaje que no transcurre en el espacio estriado y seguro de Euclides, sino en el espacio liso, de circulación impredecible y multiplicidades imponderables. Espacio no medible, que sólo se conoce estando en él. Como estar en un rizoma, necesariamente en el medio, porque no tiene principio ni fin. Es el espacio que sólo podrían conocer los antiguos nómadas semitas, porque no posee distancias, ni direcciones, ni coordenadas o puntos referenciales, cuya ponderación sólo admite números en cifras secretas.
“Pensar es viajar por los caminos de los signos en busca del origen del sentido”. Esta frase de Enzo Del Bufalo es aplicable a la pintura de Cecilia Hecht más que a cualquier otra pintura. Porque, para ella, asumir el arte es una experiencia de vida, es pensarlo y sentirlo como un modo de acceder a un nivel más visceral del conocimiento, como una indagación que se extiende a las zonas oscuras del alma y del mundo.
Los territorios fronterizos por donde se mueve la pintura de Cecilia Hecht son los de la apertura develadora de nuestra condición humana.
Perán Erminy
“I am tired of words
No more pens, scaffolds, theodolites,
Feeling’s solar nakedness
Tattooing its secret music
deep in the rocks (...)
I will engrave my song in live rock
In arches, bridges, dolmens, columns,
Against the solitude of the horizon
Like a map displayed in front of the eyes
Of travelers never returning”
Eugenio Montejo
In an individual exhibit of her work, quite a while ago, Cecilia Hecht turned the halls of the Gallery into the fatidic wagons of Night and Fog, Nacht und Nebel, thus recreating the somber atmosphere of the unforgettable and ominous trains of death. The effect was daunting. Nothing could have been more dramatic for an art gallery located in San Bernardino, the neighborhood that was like a Tel Aviv of the future.
I believe the name of the gallery was- or should have been- “Phoenix”, a premonitory name for the artist, as it is also the fabulous bird with the power to be reborn from its ashes.
Later, Cecilia Hecht persisted in what is not her nightmare, but the world’s nightmare, and we would hope it should never befall mankind again. But then, from the rubble, the bridges arose. Seen from below, amidst the shadows. Some still appear, slightly different.
The bridge is above all the path that can enable our communication with the world. It is what allows us to overcome the obstacles, the abysses standing in our way, hindering our moving forward, and out of the shadows.
Art itself is a bridge between oneself and the Other, between a lost inner awareness and an unknown world.
As she leaves the darkness of her shadows behind, Cecilia and her painting begin to perceive the light. It is no longer the tremor of sunrise, as experienced by Reverón after his nights of torment. It is the light appearing beyond the other side, in the solitude of the horizon, as described by Montejo.
This has been and will continue to be an endless journey, traveled by Cecilia and her inner landscapes, moving within the dense darkness of what is to come, and of the returning past. It is a never-ending confrontation with things not forgotten. A journey not taking place in the striated and safe Euclidian space, but in the smooth space of unpredictable circulation and unfathomable multiplicities. A space that cannot be measured, and can only be known from within. Like being in a rhizome, necessarily at the center, because there is no beginning and no end. It is the space that could only be known by the ancient Semitic nomads, as it is devoid of distances and directions, of coordinates or reference points, and can only be assessed by numbers in secret figures.
“To think is to travel along the roads of signs in search of the origin of meaning”. This thought by Enzo Del Bufalo applies to Cecilia Hecht’s painting more than to any other artist. Because her approach to art is a life’s experience, it implies thinking about it and feeling it as a way of accessing a more visceral level of knowledge, like a search reaching into the dark areas of the soul and the world.
The border territories in which Cecilia Hecht’s paintings move are the ones allowing us to unveil our human nature.
Perán Erminy